La Jornada - Michoacán
PABLO ALARCON-CHAIRES (I parte) Los pueblos indígenas, con una población cercana a los 400 millones, habitan 75 países y casi 20 por ciento de las tierras emergidas del planeta, donde su presencia se remonta a milenios de años y representan entre 80 y 90 por ciento de la diversidad cultural del planeta.
El 60 por ciento del total de lenguas existentes se concentran en nueve países y de estos, siete están dentro de los países con mayor riqueza de especies biológicas – México entre ellos–; es decir, donde hay riqueza biológica, hay grupos indígenas.
El Fondo Mundial para la Vida Silvestre (WWF, por sus siglas en inglés) señala que 80 por ciento de eco-regiones están habitadas por uno o más pueblos indígenas. No es raro entonces que 85 por ciento de las áreas naturales protegidas de Latinoamérica tengan poblaciones indígenas en su interior.
Para el caso de México, se calcula que 80 por ciento de la población indígena se encuentra asentada en las superficies mejor conservadas del país. De las 925 especies animales registradas en categorías de conservación especial, 620 son protegidas dentro de territorios indígenas. Se calcula que los ejidos y comunidades agrarias en municipios indígenas posean 60 por ciento de la vegetación arbolada del país.
Por ello, agencias internacionales, sociedad civil e investigadores coinciden en que los aliados naturales para la conservación y el buen manejo de los ecosistemas son los grupos indígenas. Esto es así, porque las formas de vida de las culturas indígenas tradicionales están basadas en un manejo sustentable de los ecosistemas locales, lo que les ha permitido su existencia como especie y grupo cultural durante cientos de años.
Son los actores más importantes en el trabajo de conservación y con quienes deben planearse, establecerse y manejarse las áreas naturales protegidas. Más aún, la particular cosmovisión de los pueblos indígenas explica esta protección innata a la naturaleza, debido a que sus rituales y ceremonias están encaminados a fortalecer sus vínculos con ella, evitando el consumo excesivo de los recursos naturales, dado que la conservación es un requisito indispensable para su subsistencia material y simbólica. Así, no únicamente la visión utilitaria de los recursos naturales es un factor que influye para que las sociedades tradicionales conserven sus recursos.
La imagen del nativo ecológico que se tiene del indígena ha resultado demasiado idílica y prístina para otros sectores vinculados a la conservación, por lo que sugieren la necesidad de redefinir este “mito popular”. Si bien tienen fundamentos estas aseveraciones, no habría que olvidar la manera en que se relacionan estos comportamientos con la brusca inserción de los pueblos indígenas en la dinámica socioeconómica, además de las políticas nacionales e internacionales, donde las prioridades son otras y rápidamente permean a estos grupos humanos, causando la pérdida de sus “cualidades” tradicionales de las que surgió una relación armónica con la naturaleza. Esto parece ser cada vez más común, como lo señalan diversos estudios sobre antropología ecológica, que indican que actualmente es común encontrar grupos indígenas que tienden a maximizar las ganancias en corto tiempo, a expensas de una sustentabilidad a largo plazo.
Un paso para lograr la conservación biológica reside en entender la conducta de los pueblos indígenas sobre qué, por qué, dónde y cuándo conservan. Esto permitirá entender que los indígenas no se oponen a la conservación, sino a aquellos mecanismos que los marginan y excluyen. La sustentabilidad debe estar cimentada a través de prácticas sociales y tradicionales dentro de las comunidades, pero el “talón de Aquiles” de algunos programas de conservación con participación local es que toma años la obtención de beneficios, mientras que el costo inmediato tiene que pagarse por los actores locales quienes día a día tienen que cubrir sus necesidades elementales, lo que finalmente pauperiza al ambiente y al grupo social.
Por otro lado, es común que la riqueza biológica presente en tierras y territorios indígenas se convierta en una amenaza para ellos, debido a diferentes procesos disruptivos sociales y ambientales, producto de los diversos intereses guiados por la lógica económica de mercado que busca maximizar la explotación de recursos naturales tales como el petróleo, el gas, los metales preciosos u otros recursos que, paradójicamente, crean y sumen en la pobreza a estos grupos humanos. Por desgracia, en el discurso oficial de la mayoría de las naciones, el estribillo que impera es salvar a la naturaleza por razones económicas, más que un reflejo de ética y moral para con el entorno natural y sus habitantes
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