La Jornada, 9 de Junio de 2008
Iván Restrepo
El jueves pasado, durante la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente, el licenciado Calderón hizo un llamado a todos los mexicanos a participar en las tareas dirigidas a luchar contra la contaminación y el cambio climático. Ese mismo día, el diario Reforma confirmó en una encuesta lo que piensa la población sobre el trabajo de nuestras autoridades para enfrentar los problemas relacionados con dicho cambio: dos de cada tres encuestados dijo que el gobierno no está haciendo nada. La misma encuesta deja claro que los encuestados saben por qué lo dicen, qué está pasando y cómo resienten los efectos del calentamiento a través de más calor.
Hay razones para esta evaluación tan negativa del quehacer oficial, pues en los siete años y medio que lleva el gobierno del cambio, apenas el año pasado se presentó la Estrategia nacional para enfrentar el problema, sin que hasta ahora se sepan los objetivos y las metas que debe cumplir cada instancia involucrada: desde el sector energético, agropecuario y de transporte hasta el de salud y educación. Mucho menos el papel que corresponde desempeñar en todo ello a la población. No hay, además, tiempos establecidos ni etapas ni recursos financieros para cumplir lo que se propone. Promesas van, declaraciones vienen, y lo único cierto es que el cambio climático se hace más evidente en el país.
Otro programa prioritario para el gobierno, objeto de elogios el jueves pasado en Los Pinos, fue el de la conservación y enriquecimiento de bosques y selvas, y la lucha decidida para evitar la deforestación. Si nos atenemos a las cifras oficiales, 2007 fue el más exitoso en cuanto a reforestación en toda la historia nacional: más de 600 mil hectáreas. Fuimos también campeones a nivel mundial en plantar árboles: 250 millones, es decir, alrededor de 685 mil cada día. Sin embargo, se trata de un logro cuestionado hasta por los técnicos responsables de constatar la supervivencia de esos millones de árboles plantados. Se afirma que apenas crecerá saludable uno de cada 10 en el mejor de los casos. Así, y pecando de optimismo, el año pasado efectivamente se reforestó y se sembró una décima parte de lo que dicen los funcionarios.
Para este año las promesas oficiales sobre reforestación también son de asombro, con la ventaja de que hay recursos públicos como nunca para lograr éxito: cerca de 280 millones de árboles, nueva marca planetaria, y la mejor forma de contrarrestar el daño que ocasionan los incendios forestales y la tala, plaga que prosigue su tarea destructiva pese a la política de cero tolerancia decretada por el gobierno hacia los capos del bosque.
Hay otro prietito en el arroz: grupos involucrados con la actividad silvícola critican la política de reforestación por estar dirigida hacia las áreas que menos lo necesitan y por favorecer a sectores privados, en vez de incidir en las comunidades pobres, donde con organización, recursos oficiales oportunos y participación real de la gente, la supervivencia de árboles nuevos sería mayor y más benéfica para las comunidades participantes en los programas, pues elevaría su calidad de vida. Y para el ambiente en su conjunto, porque esas comunidades se ubican en zonas donde se produce agua, otro de los ejes de la política nacional. Bueno es recordar que el bosque y el agua son considerados desde hace rato como asuntos de seguridad nacional, lo que no se refleja en la realidad.
El jueves el gobierno federal hizo gala de triunfalismo en el campo ambiental. Hasta presumió que ha obtenido el reconocimiento de uno de los organismos de las Naciones Unidas. Ante tanto éxito en otras áreas (como son el combate al crimen organizado y detener el aumento de precios de los artículos de consumo general), se imponía un día de fiesta. Además, oficialmente se inauguró una novedosa forma de reforestar y luchar contra el cambio climático: la mediática.
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