Gabriel Quadri de la Torre (gquadri@sigea.com.mx)
(para El Economista)
El alza en el precio del maíz hace aflorar nuestras inmensas reservas probadas de estupidez. La Confederación Nacional de Productores Agrícolas de Maíz exige destruir la última reserva de selvas tropicales para extender la superficie cultivada (“abrir 1.15 millones de hectáreas de selva al cultivo del maíz”), a lo cual asienten notables legisladores campesinos. Otros piden defender la economía popular, nuevos subsidios, abolir el TLC, control de precios, y cárcel a tortilleros y comerciantes (como en la alta edad media).
El precio del maíz se ha elevado en el mundo por una mayor demanda debido a su uso creciente como insumo en la producción de etanol y fructosa. A mediano plazo el precio se ajustará en función de un previsible aumento en la oferta de maíz, sin embargo, condicionada o restringida por diversos factores de costo: institucionales, físicos, ecológicos y tecnológicos. El nuevo precio (más alto) tendrá un efecto sobre el ingreso de los consumidores (efecto ingreso), y un efecto de sustitución por otros bienes similares.
Siendo así, y tratando de evitar el efecto ingreso sobre los consumidores, se abren algunas opciones. La primera es elevar la oferta en un volumen tal que se nulifique el incremento en el precio traído por la mayor demanda. Esto se puede lograr de dos maneras: a) produciendo más maíz en México, y b) liberando las importaciones. Producir más en México a su vez, se daría incrementando el área cultivada, esto es, sustituyendo a otros cultivos o abriendo nuevas tierras a la agricultura, por lógica cada vez más pobres y marginales cubiertas todavía con bosques y selvas tropicales, como lo propone la inefable organización señalada en el primer párrafo. El costo ecológico de tal medida sería catastrófico (recordemos el SAM lopezportillista) y el beneficio muy magro y transitorio por la baja productividad y fragilidad de estas tierras. Se trataría, además de una estupidez infinita, de un crimen nefando. Esperamos de SEMARNAT una declaración tajante al respecto, y una vigilancia estricta para evitar desmontes.
La segunda forma de aumentar la producción es a través de mayor productividad por hectárea con nuevas tecnologías, entre ellas el uso de semillas genéticamente modificadas (probadamente inocuas para la salud y el medio ambiente) y el aprovechamiento de economías de escala con la fusión de parcelas minifundistas. A esto se oponen ecologistas y la izquierda (preocupantemente, no a la opción anterior); también, las propias condiciones físicas y ecológicas del territorio nacional, que no tiene una vocación cerealera por su compleja orografía, suelos pobres y escasez de agua; además de su proverbial y minuciosa fragmentación agraria. De hecho, nuestra productividad promedio por hectárea es bajísima (2 ton/ha al año, frente a 9 ton/ha al año en Estados Unidos). Entonces, elevar la oferta de maíz para reducir los precios en beneficio de los consumidores sólo puede lograrse racionalmente por la vía de liberar el mercado y permitir la libre importación, adelantando los términos del TLC que lo prevén hasta el 2008. Esto traería por consecuencia adicional la eliminación de distorsiones económicas y una asignación más eficiente de la tierra y otros recursos. Sin embargo se oponen los productores, que verían perdidas las rentas de la protección comercial que disfrutan, y también quienes adoran la quimera de la autarquía (soberanía) alimentaria. En suma: productores contra consumidores; conflicto que en la mente de algunos se resuelve con subsidios para comprar clientelas políticas.
Si los precios del petróleo no bajan lo suficiente, en México inevitablemente se desarrollará también la producción de etanol para exportación y para el consumo interno. Otra variable impulsora es el Protocolo de Kyoto y los esfuerzos que se multiplican para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La forma más eficiente de producir etanol en estas latitudes es con caña de azúcar y la destilación de sus jugos y mieles fermentados. Pero (¡sorpresa!) en México mantenemos una absurda estructura corporativa de control sobre el sector azucarero y cañero. Por tanto, la caña es excesivamente cara y la producción de etanol muy onerosa en precio. La salida lógica es la producción de etanol con maíz, tal como se hace en los Estados Unidos. Siendo así, esperemos una mayor presión alcista en los precios del grano.
Soluciones para este aparentemente complejo escenario: 1) liberar el comercio internacional del maíz, 2) liberar el mercado de la caña y del azúcar, 3) imponer un estricto sistema de vigilancia ecológica que impida la deforestación por desmontes agrícolas, 4) abrir el uso de semillas genéticamente modificadas de manera regulada para incrementar la productividad, 5) si todo esto no es suficiente, crear un esquema de food stamps o de cupones para compra de alimentos para los pobres y diversificar la dieta de la población, y 6) clases de economía elemental obligatorias para niños de primaria, diputados y senadores.
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