La Prensa Gráfica, El Salvador
Fecha de actualización: 2/24/2007
Para preservar nuestro futuro
Poner un término a la guerra contra la naturaleza exige, hoy en día, una nueva solidaridad con las generaciones venideras. Si queremos firmar la paz con la Tierra, tenemos que saber cómo hacer prevalecer una ética del futuro.
Koichiro Matsuura Director general de la UNESCO n.caillot@unesco.org
La especie humana, el planeta y las sociedades saben ahora que pueden perecer. La crisis ecológica que padece la humanidad no es la primera de su historia, pero sí es la que se ha cobrado mayores proporciones a escala mundial.
¿Qué hacemos para preservar el futuro de la Tierra y la biosfera? ¿Qué desafíos hemos de afrontar? ¿Qué soluciones debemos proponer? Todos estos interrogantes se han tratado en la sesión de los Diálogos del Siglo XXI, organizada por Jérôme Bindé en la UNESCO y dedicada al tema: “¿Qué porvenir para la especie humana? ¿Qué futuro para el planeta?”, a la que acudieron unos 15 especialistas de primer plano.
En primer lugar, tenemos el cambio climático y el calentamiento del planeta, cuya temperatura podría aumentar entre 1.5 y 5.8 grados centígrados de aquí al año 2100. Ese calentamiento puede poner en peligro a muchas regiones del mundo y provocar catástrofes como el anegamiento de algunos estados insulares y regiones costeras por las aguas del mar, o la multiplicación de las tormentas tropicales.
En segundo lugar, tenemos que afrontar el problema de la desertificación padecida por una tercera parte de las tierras del globo. A finales del siglo XX, este fenómeno afectaba a mil millones de personas en 110 países y, de aquí a 2050, esa cifra podría duplicarse y alcanzar los dos mil millones.
Por otra parte, la deforestación sigue en aumento, aun cuando es bien sabido que los bosques primarios y tropicales albergan la mayor parte de la biodiversidad del planeta y contribuyen a contrarrestar el cambio climático y a frenar el deterioro de los suelos.
La contaminación de la atmósfera, el agua, los océanos y los suelos, así como la contaminación química e invisible, ponen en peligro al conjunto de la biosfera. El Banco Mundial estima que en Asia la contaminación atmosférica se cobra cada año un tributo de 1,560,000 vidas humanas.
Tampoco podemos olvidar la crisis mundial de los recursos hídricos. En 2025, dos mil millones de habitantes de la Tierra padecerán de escasez de agua y, a mediados del presente siglo, esa cifra ascenderá a tres mil millones.
Igualmente cabe señalar que la biodiversidad peligra en su conjunto. Las especies se extinguen a un ritmo 100 veces más rápido que el índice natural medio y, de aquí a 2100, la mitad de ellas podría haber desaparecido.
Esta situación puede entrañar graves riesgos de guerras o conflictos y exige soluciones a escala mundial. El desarrollo sostenible nos atañe a todos y es la condición esencial para luchar contra la pobreza, sobre todo porque son los más desfavorecidos los que más van a padecer las consecuencias de las futuras sequías y catástrofes naturales.
Hoy, nos hemos percatado de que la guerra contra la naturaleza es una guerra mundial. Esto se pone de relieve en el reciente Informe Stern sobre las consecuencias económicas del cambio climático. Según ese informe, la humanidad tendrá que prepararse para afrontar una disminución del 5% al 20% del PIB mundial a no ser que se tomen desde ahora mismo medidas para contrarrestar el cambio climático. ¿Resulta demasiado caro, pues, el desarrollo sostenible? En realidad, lo que nos lleva a la ruina es la inercia. A este respecto, Javier Pérez de Cuéllar ha formulado en los Diálogos del Siglo XXI una advertencia clara en estos términos: “¿Cómo es posible que sepamos lo que ocurre y que no podamos ni queramos remediarlo?”
Desde ahora mismo, es necesario que sepamos responder con osadía y clarividencia a toda una serie de problemas difíciles. En el futuro, no podrán contraponerse el desarrollo sostenible y el desarrollo a secas, o la lucha contra la pobreza y la preservación de los ecosistemas. Será necesario luchar en todos los frentes a un tiempo.
También será imprescindible encontrar nuevas modalidades, más sobrias, de desarrollo y consumo, porque la humanidad “ya no vive de las rentas de la naturaleza, sino de su capital”, como ha señalado Haroldo Mattos de Lemos en los Diálogos del Siglo XXI.
Evidentemente, no se trata de detener el crecimiento económico, sino más bien de modificarlo, tal como ha propuesto Mustafá Tolba, procediendo con la mayor rapidez posible a su “desmaterialización”, esto es, a la reducción del consumo de materias primas en cada sector de la producción.
Asimismo, será necesario sensibilizar más a la opinión pública mundial a los posibles efectos devastadores del calentamiento climático, en el marco de la observancia de las medidas prescritas por el Protocolo de Kyoto.
Por su parte, la UNESCO lleva a cabo una dinámica labor en múltiples frentes con vistas a promover políticas sostenibles en materia de recursos hídricos, fomentar la educación en este ámbito e impulsar la protección de la biodiversidad a escala mundial, en especial por conducto de su Red Mundial de Reservas de Biosfera.
Nuestra organización lleva también a cabo múltiples actividades en los países del Sur para contribuir a la formación de especialistas, habida cuenta de la escasez aguda de encargados de adoptar decisiones y de profesionales competentes con una conciencia clara de los nexos existentes entre los recursos hídricos, la pobreza, la salud, la cultura y el desarrollo.
Estoy plenamente convencido de que es necesario solucionar el problema de fragmentación de que suelen adolecer las actividades de esos organismos.
La UNESCO está participando activamente en este debate. Deseo recordar que, con respecto al medio ambiente, la organización se encarga de la ejecución de cuatro importantes programas científicos internacionales relativos a los océanos, el agua, las ciencias geológicas y el hombre y la biosfera. Además, encabeza la coordinación del Programa Mundial de Evaluación de los Recursos Hídricos y de las actividades del Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible.
Poner un término a la guerra contra la naturaleza exige, hoy en día, una nueva solidaridad con las generaciones venideras. Si queremos firmar la paz con la Tierra, tenemos que saber cómo hacer prevalecer una ética del futuro. Toda herida o mutilación que inflijamos al planeta la padeceremos de rechazo sus habitantes. Para cambiar de rumbo, es preciso que edifiquemos sociedades del conocimiento en las que se aúnen la lucha contra la pobreza y las inversiones en la educación, la investigación y la innovación, echando así los cimientos de una verdadera ética de la responsabilidad.
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