Subject: EL G-8, MÉXICO Y LA EDAD ADULTA
EL G-8, MÉXICO Y LA EDAD ADULTA
Gabriel Quadri de la Torre (para El Economista)
Ser y asumirse como adulto conlleva responsabilidades. México buscó, hace años, la edad adulta con el TLC y su ingreso a la OCDE. Había entonces un proyecto explícito de modernidad y convergencia con los países desarrollados. El proyecto se deshilvanó. Sin embargo, aunque el crecimiento económico del país ha sido mediocre, y hemos dejado abandonada la plaza de liderazgo que alguna vez ocupamos, el G-8 nos recuerda que, a pesar de nosotros mismos, México es un país grande. Nos ha aceptado como interlocutores. Nos ha abierto una puerta, junto con Brasil como eterno país del futuro (pareciera que ahora sí se empeña en cumplir esa promesa), China y la India como indiscutibles nuevos polos económicos y geopolíticos, una Rusia que se ha levantado del escombro que dejó la URSS gracias a sus hidrocarburos y tecnología militar, y Sudáfrica, como potencia regional y casi único Estado respetable al sur del Sahara.
Bien por la oportunidad de ser adultos que nos brinda el G-8, hay que aprovecharla y no decepcionar. Pero ¿ya nos dimos cuenta? Las responsabilidades empezarán pronto a ser exigibles. La primera será en el tema del cambio climático, asunto de primera prioridad en el selecto club G-8. México llegó esta semana a Japón proponiendo a tambor batiente un fondo verde para financiar tecnologías que mitiguen el calentamiento global; fue visto con benevolencia, pero cortésmente, para fines prácticos, declinado. Las cosas son más serias. Sumadas, las emisiones de gases de efecto invernadero de los países emergentes invitados al G-8 junto con otro puñado de naciones en vías de desarrollo, pronto serán mayores que las de los propios países ricos e industrializados. Ningún régimen post – Kyoto tendría sentido sin compromisos de su parte para controlar las emisiones. Eso lo sabemos, y no podremos eludir la adopción (o imposición) de obligaciones en esta materia a partir del 2012 – cuando expira Kyoto.
Es un tema contencioso, y una línea de fricción intensa en las negociaciones internacionales, y lo será para la diplomacia nacional. Hay muchos argumentos espinosos, réplicas y contrarréplicas: emisiones acumuladas, emisiones per-cápita y justicia distributiva, obstáculos reales o imaginarios al desarrollo económico, barreras al comercio internacional, cómo evitar la deforestación (20% de las emisiones en el mundo, responsabilidad mayoritaria de Indonesia y Brasil, y en menor medida de otros países tropicales, como México), obligaciones posibles para las naciones emergentes (sectoriales, absolutas, crecientes, graduación, relativas al PIB), impuestos globales al carbono, regulaciones o topes de emisión por país, mercados de carbono, benchmarks tecnológicos, reducciones de emisiones por proyecto, fondos multilaterales, y un complicado etcétera.
Sabíamos que el reconocimiento de México como adulto en el G-8 traerá obligaciones de controlar emisiones de gases de efecto invernadero a partir del 2012. Podríamos haber hecho una contribución valiosa y asumir liderazgo, proponiendo fórmulas de compromiso que distiendan y acerquen las posiciones entre Europa y Estados Unidos, por un lado, y China y la India por el otro. Hay margen para ello. No es verdad que una reducción significativa de emisiones en México lastraría el crecimiento económico. En numerosos sectores y actividades el costo marginal es negativo, cero o relativamente pequeño: vehículos automotores, deforestación, rellenos sanitarios, energía renovable. Si queremos ser adultos, y antes de que otros decidan por nosotros, debemos ofrecer algo serio, y diseñar políticas sectoriales pertinentes (impuestos, eliminación de subsidios, regulaciones, créditos fiscales). Por cierto, más temprano que tarde, tendremos que acabar, por esa razón, con los monopolios del Estado.
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